sábado, 5 de enero de 2013

jueves, 3 de enero de 2013



Antes de dormir me digo que no te quiero. Quizás no me lo diga a mí, si no a ti.
Estás lejos, como a mil neuronas de mi encéfalo, y hace tiempo que mis sueños te reemplazaron, por actrices que sonríen tristes y por chicas de piernas infinitas.
No te quiero en mi cama, ni como niñera. Hace tiempo que no te quiero a ti, reina de corazones (podridos). La verdad, que tu crisálida, de la que te metiste sin avisar, ha caducado y tú, cielo ígneo que amaba hasta ahogarme, te has podrido dentro. ¿Te han cortado la cabeza? Eras más bella cuando no fingías ser feliz, no como ahora. Que te pillo, pero yo me callo, no vaya a despertar al monstruo.
Nadie te dijo que cambiar no es siempre algo bueno, aunque, mirándolo desde TU punto de vista (siempre mirábamos desde ese maldito punto) quizás no te haya ido tan mal. Repito, tan mal.
Puedo sonar rencoroso, que lo sonaré, préstame un pañuelo. Pero tú me llenaste de tus rencores, de nuestros rencores, préstame otro pañuelo.
Antes de dormir ya no me acuerdo de tu sonrisa, de la de verdad, donde tus miedos y manías las escondías entre tus tetas. Espero que las traten bien, a tus manías.
Luego falto yo, enamorado de tu etapa gusano. Enamorado de algo que no existe. ¿Se puede entristecer y aliñar de dolor tanto una vida? Cuando te enamoras de un personaje de ficción te arriesgas a imaginártelo mientras te masturbas, pero ¿cuando sabes que existió y estuvo entre tus manos?
Vaya, es más triste ahora que lo escribo, porque estoy enamorado del prólogo de tu vida y dudo que sea un prólogo de esos que nos anticipan y nos hablan del futuro de la novela. Me enamoré de un prólogo que no se vuelve a repetir, cada fascinante palabra se queda metida en las primeras páginas, juntos a la portada, que sí, que son tus pechos, que los echo de menos porque estaban separados o porque nunca me dormí encima de ellos. No se.
Antes de dormir, quiero decir, después de cerrar los ojos, me digo que quizás sea mejor que ya no te quiera, para evitar que la mierda, quiero decir, tu mierda, invada mi vida otra vez. Que estoy muy bien, después de todo, y claro, después de todo viene la nada.
¡Qué bonita es la nada!

miércoles, 28 de marzo de 2012

Te quiero, pero sin esperanzas. Eso, que acumulo durante demasiado tiempo ha terminado por expirar, por caducar, por pudrir, que ni con una de tus gélidas sonrisas cargadas de símbolos cálidos van a poder revivir. ¿y qué si pierdo toda la esperanza que deposité en ti, y en la chica del metro? No hay nada más satisfactorio que dar por concluida toda esperanza, poder cogerla tú mismo, rodearla por la cintura y bailar vuestro último baile, perderos vuestra última noche, haceros el amor en el amanecer, porque es tu esperanza, y la encadenarás, con todas esas metáforas que te ocultan entre pilas de verbos y palabras que no riman, para tirarla al mar. Al ancho y vacío mar. No hay nada más desolador que un mar, como un te quiero sin esperanzas, dicho con miedo y sin casi valor. Porque no merece la esperanza de ser querido, un amor sin esperanzas, sin verdes a los que llorar. La cogeré, desnuda, a la esperanza tan pura, y aunque llore, aunque me mire sin mirar, no suplicará, se resignará y cuando alargue los brazos, y ella se resbale como el agua entre los pies, no se aferrará a su hija, que nacerá en mi corazón con la esperanza que la esperanza que esté arrojando al mar vuelva, cuide de su hija y nos de el apoyo para quereros a todas las miradas que me derriten, con un brillo de orgullo, con un aferro entre toda la multitud. Pero ahora, sólo veo como el viento, el suave viento de abril que a veces es malvado, viola a mi esperanza, y ella se deja, no le queda nada más que ese último sentimiento, ese último dolor, antes de ser despojada de su cuerpo, de su suave calidez, para morir con el mar, con las olas vacías y grises de ese mar, que es como nosotros, está plagado de esperanzas muertas.

jueves, 22 de marzo de 2012

Sentirme otra vez igual, así, de esa forma que sólo entienden los abetos en noviembre. Tal vez miedo, tal vez pánico, nada bueno al fin y al cabo. Pero si me pongo a pensar, ni siquiera es miedo, ya no hay miedo cuando te recuerdo, hay sonrisas, ganas de abrazar algo que ya no existe, es pánico a perderlo, el miedo acaba por aburrirme, tan soso, tan poco poético. El pánico es la pintura de mi habitación, la retina de mis ojos, y es que mi corazón sólo bombea rápido por puro pánico. ¿Ahora qué? Toda la magia que encargué para dos va a caducar, todas las canciones que no paras de cantar desde tu habitación, tan sola… ¿no sientes, en esos días raros, que estar tan solo acaba por desarmar todos los sentimientos hacía los demás?, tal vez sí que lo sientas, porque tú eres para mi, pero tú eres para alguien que tal vez jamás te entienda, pero que te bese en el cuello y te susurre aquello de “no es que tu piel sea suave, es que tu corazón produce todas tus sonrisas”, y yo ya no tendré nada que hacer. Tal vez, y sólo tal vez, me plantee pasar página, pero no puedo evitar reírme, de verdad. No puedo plantearme, otra vez aquello, y cortarme otra vez con el folio, y mancharlo todo de rojo y encontrarme contigo en el capítulo número XIX. Así que seguiré como una piel de septiembre, pasando desapercibido por tu mundo, pero respirando todas tus consonantes, anhelando poder abrazarte, no me cansaré jamás de probar mil maneras de sufrir juntos, de subir todas las montañas de libros que un día construiré, porque crear, ya sabes, es el único regalo que puedo hacerte. No se si debería besarte en el cuello y susurrarte aquello de “no es que la magia exista, es que reside en tus labios” y reírte hasta el día anterior, porque conmigo, la risa esta asegurada en el cajón de tu cómoda, porque conmigo las horas pasan de puntillas y se convierten en algo raro que nunca sabremos explicar, pero que será mi tesoro más preciado, será mi tesoro más valioso.

jueves, 15 de marzo de 2012

¿Quién lo habría imaginado? Encontrar poesía en aquel lugar, donde tantos veranos había buscado debajo de cada piedra, de cada brizna de hierba. Cada casa encalada, y cada mujer hermosa. Pero todo aquello que buscaba no llenaba aquello que quería realizar, tal vez demasiado frívolo para mis expectativas, o tan llamativo que me cegaba la vista. El cielo encapotado, giramos a la izquierda y mi padre me dice “limpia las alfombrillas mientras yo cojo la tarjeta”. Limpia las alfombrillas. Me acerco a una verja que desemboca a las vías del tren. El aire corre y a veces huele a orín. Sacudo las piezas de textil sintetizado mientras en mis auriculares Los valientes de McEnroe me traspasan el alma. El coche se empieza a lavar. No hay nada que decir. El agua que cae hacia el metal grisáceo no llega a salpicarme. Mi padre se enciende un cigarrillo, para pasar el tiempo. Disimular, como todos los humanos. Así que yo, para pasar el tiempo, me siento en un bordillo de una pared encalada. Es un muro que da a una alfarería abandonada. Siempre nos asomamos ahí, y vemos la hierba crecer, como la ruina come cada cimiento de aquel lugar. Miro las marquesinas que se utilizan para limpiar los vehículos a mano. Pienso en aquel lugar, tan gris, tan atemporal. Pienso que era el lugar que tanto me había empeñado en buscar. Destila poesía por cada poro de su metálico esqueleto. El lugar es tristeza en sí. Nadie sonríe demasiado allí, sin ninguna buena razón quiero decir. Es un paso continúo, un lugar pseudo peligroso y tan aburrido, que la humanidad no se da cuenta de que en cada renglón se encuentra belleza valorada en poemas y poemas épicos. Pasa el tren. Rápido. Inclinándose hacia nosotros. Vibra el suelo. En el vehiculo no va apenas nadie, y las luces amarillentas reflejan la soledad de los asientos grises. Echo en falta mi cámara y encuadro el paso del tren y las marquesinas. Viento. La máquina para lavar los coches empieza el secado. Potencia máxima. Un invento curioso el lavacoches. Me quedo observando aquel lugar, a veces mojado, a veces vibrante y siempre triste. Poesía. Mi padre se acerca a mi y me dice “coge las alfombrillas y ponlas en el coche”. Se acaba el poema, rodamos por la carretera.

jueves, 8 de marzo de 2012

Lo más triste de todo no es que lleve más de dos meses sin escribir algo potable. Tampoco lo es que ya no sienta nada. Nada. No me infartice cuando debería hacerlo, ni suspire de más y sonría de menos. Esto, por consiguiente, debería hacerme feliz, tan feliz como una perdiz en pleno vuelo. Rozando auroras boreales con mis sonrisas, con todas las manos que me protegen, que me abrazan. Pero los dias pasan, queridos pájaros, y a mi se me pasan como una baraja al aire. Rápido. Ni siquiera pienso en todo el contenido calórico de todas esas sonrisas y esas buenas intenciones que me rodean, ni las valoro ni me da por pensar que tienen fecha de caducidad. Tal vez sea que siempre vuelvo a lo mismo, pero me siento vacío, tanto como un frasco de cristal en una nevera a las tres de la madrugada. ¿Por qué? Esa pregunta es tan suicida, la peor arma de la humanidad. Lo más triste de todo no es que ya no sepa si sería capaz de escalar todas tus murallas, de saltar todos tus ríos y de esculpir todos tus deseos, seguramente mi corazón estallaría al llegar a tus almenas emocionales. Sigo sonriendo a todas las caras de la ciudad. Y me da igual. Pero estoy tan vacío que mi organismo anímico es una duda entera, un payaso sin flores, una mujer sin pestañas, un hombre sin corazón. Vacío sin motivo, sin quererlo. Lo llenaré de piedras, piedras negras y pequeñas, para que suenen mientras llueve.

miércoles, 7 de marzo de 2012


Todo se queda suspendido. En esa levitación permanente, me retuerzo, mi alma hace de mi cuerpo un torbellino, donde ni el viento se puede desenredar. Mi organismo se mueve lentamente, aunque a mi me parece que vayamos a volcar en el menor instante.

Y
nada pasa.
Y
nada perturba mi sigilo.
Y
tú no vuelves.

Los años se convierten en mitos. Mis dioses, que tanto adoraba, ahora copulan con mis hermanos y les dan hijos bastardos, que lloran sedientos de eternidad. Las lágrimas caen al suelo, y de él germinan espinas que se clavan en mis tobillos. Aquella inmovilidad, que era mi punto débil, se agrava. Caigo de rodillas, sangran por aquel pedregoso suelo que son mis sueños. Donde mis dioses copulan con mis hermanos, donde ríen y lloran, donde viven.

Sigo siendo un espectador con sueños de tierra.
Sigo queriendo a hijos de dioses, hijas de fuego.

Mi cuerpo, que es vuestro mantel, se hace trizas. Suspendido en el vacío, cierro los ojos, ajeno a mi realidad. Veo ninfas que no se convierten en hiedra al besarlas, observo una fauna ilegítima, que los dioses creen que son sus soldados. Los destruyen sin ningún temor, y queman su piel putrefacta como un sortilegio oscuro y divino.
Todo se derrite, las olas comen piedras saladas y escupe cuerpos que ya no quiere. El mar sigue siendo el elemento más contemplativo, te destruye sin piedad, no te ayuda en tus brazadas hacia la perdición, ni siquiera cuando te engulle es capaz de destruirte sin dolor. Deja que patalees por tu vida, cada segundo, cada gramo de aire. Te abraza antes de morir, te golpea después de liberarte.

Las verdades siguen escociendo. Los miedos siguen enjaulados. Las presas sólo olisquean los sueños.
Para atacarlos. Para morderlos. Para despedazarlos. Para desALMArlos.